La ganadora de este mes es: Laurent Chokobita
Su relato, sin título, es el siguiente:
Allí estaba ella. Repudiada, desconsolada, naufragada. En la negrura de un pequeño vacío que ahora consideraba el que irradiaba su alma. Una cama donde dejar descansar su cuerpo dolorido por el pesar del rencor y la injusticia. Allí estaba Eva. Junto a ella, sus manzanas, aquel fruto bendito y maldito a la vez. Un paño, tendido en ninguna parte, que había servido para cubrir su desnudez, observada a través del espejo que pendía frente a ella. ¿Qué es lo que veía Eva al mirarse a sí misma? Recogido su cuerpo, hecha trizas su alma, el pelo recolocado por culpa de aquel conocimiento prohibido que había despertado en ella ansias nunca antes permitidas, metas inexploradas, sueños no programados. Pero el espejo sólo reflejaba el techo, como si rechazara su imagen. Todo allí estaba construido para el pudor y el olvido en el que Eva deseaba sumirse.
Observando los frutos rojos de la serpiente, se preguntó por Adán. Adán, su fiel compañero, caído como ella, a quien había dado hijos y por el que había sufrido los dolores de traerlos al mundo, la maldición convertida en sangre, el sudor en la frente, las penurias que traía el tiempo y el paso de los años. Pero allí, en su vacío de olvido, no había nadie que la contestara. Un paño destinado a tapar el pecado, un fruto robado que la tentaba a no morir de hambre, de sed de conocimiento, y un espejo que se negaba a mostrarle quién era ella en realidad. Eso era todo con lo que Eva se había acompañado durante todos aquellos años. Y su alma se atormentaba con el murmullo del pecado que le recordaba que, igual que había sido madre de la humanidad, había sido madre del mal que moraba en el mundo. Y allí estaba ella, sin atreverse a levantarse por el dolor, comiendo aquello que la había condenado. ¿Por qué no pedir perdón por lo hecho? Así podría volver al Edén junto con Adán. Pero Eva sabía que no había vuelta atrás. Y, a pesar de su vergüenza, seguía pensando que no había estado equivocada. Ella era ya adicta a aquellas manzanas; el saber, el conocimiento, el despuntar del alma lanzada hacia lo no tangible, la libertad hecha carne en ella. En su locura, Eva soñadora se alzó, se miró en aquel espejo, destrozó las manzanas contra él, pisó los trozos del jugoso fruto, y salió al mundo para sumirlo en una bacanal de orgullo y abandonarse a su tan buscada suerte, olvidarse del Dios y del castigo, vivir como una mortal más, volver al mundo de los hombres y dejar el lugar en el que se encontraba… alejarse… alejarse de ella misma y de sus rencores y culpabilidad… la nueva Lilith.
El finalista:
Hernán Anlló, sin título
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